domingo, 13 de septiembre de 2015

La cosa griega

Este pasado verano estuve disfrutando de un par de semanas de vacaciones en Grecia. Tengo la enorme suerte de contar con cicerones excepcionales lo cual siempre ayuda a salir un poco de esa visión extraterrestre del turista al llegar a cualquier sitio. Grecia es un destino formidable y os animo a visitarla, pero sobre todo os animo a coger un mapa y leer algo de su historia. A poder ser de su historia más reciente ya que por más que Alejandro Magno o Pericles sean parte del su orgulloso pasado no es menos cierto que son referentes tan antiguos que apenas ayudan a entender qué es Grecia hoy día. 

Yo pensaba (en realidad no, pero permítame el lector una cierta licencia) que acercarme al terreno durante quince días me permitiría tomar un contacto con la realidad griega capaz de iluminarme sobre los recientes acontecimientos en el país. Lo cierto es que no lo conseguí. Tengo relativamente claro lo que ha pasado con Grecia en los últimos tiempos, pero este conocimiento no lo he adquirido allí. Hablando con la gente (mis amigos, la gerente de los apartamentos donde nos alojamos, el pastelero que me vendía cada día la μπουγάτσα,...) he conocido detalles pero no ha cambiado mi percepción de lo que allí ha ocurrido. He notado el cabreo y el desánimo. Pero el cabreo y el desánimo no son buenos compañeros ni para diagnosticar el problema ni para afrontar sus soluciones, especialmente cuando la solución no es otra que ponerse en pie, levantar la cabeza y empezar casi desde cero. 
μπουγάτσα (bugacha de crema)

Y es que la mayor parte de los griegos se pueden sentir como el servicio doméstico de Bárcenas: han estado trabajando honradamente y cobrando durante años y ahora se han quedado sin trabajo y sin dinero porque su jefe está en la cárcel. Los griegos saben que sus jefes (los sucesivos gobiernos desde hace decenios) han sido un desastre... pero no se sienten responsables de lo ocurrido. Sin embargo si están sufriendo las consecuencias. Ahora el malo es la "troika" como si el malo fuese el juez que impide a la señora de Bárcenas disponer de dinero para seguir pagando al servicio doméstico... 

No. No he entendido nada más ni mejor. Pero poco a poco voy aprendiendo a amar a un país con el que cada vez me van uniendo más vínculos. ¡Quién me iba a decir hace unos años que yo iba a tener dos sobrinos griegos!.

lunes, 8 de junio de 2015

Sobre el IVA, progresividad y mi amigo Ambrosio

A raíz de la declaración de hoy del FMI me preguntaba mi amigo Ambrosio (@Ambros_Liceaga) sobre el IVA y si en realidad era un impuesto regresivo. La conversación ha sido breve:


Y en esas estamos.


¿Qué entendemos por "progresividad" de un impuesto?¿Qué entendemos por un impuesto "regresivo"?


Diremos que un impuesto es progresivo cuando la proporción que pagamos de ese impuesto aumenta al aumentar la renta. Si una persona que gana 1.000 paga 100 de impuestos y una persona que gana 2.000 paga 220 de impuestos es un impuesto progresivo. Si la proporción fuese la misma (si el del 2.000 pagase 200) hablaríamos de un impuesto proporcional. Si la proporción cae hablamos de un impuesto regresivo.


La mayor parte de los países del mundo sostienen que sus ciudadanos contribuirán a las arcas públicas según su capacidad de pago y de forma progresiva. Aunque hay justificaciones de puro cálculo para defender la progresividad de un sistema fiscal el argumento principal suele ser un argumento político, de pura justicia redistributiva. El grado de progresividad sin embargo es una cuestión más discutida.


¿Por qué el IVA es regresivo?


Supongamos por un momento para no complicar la explicación que solo existe un tipo de IVA, el 10% (que es muy fácil de calcular y así no nos perdemos). Puesto que el IVA es un impuesto al consumo la cantidad satisfecha por IVA será directamente proporcional al consumo de cada cual. Si todo el mundo consume la misma proporción de su renta (pongamos un 80%) todo el mundo pagaría un 8% de IVA de modo que estaríamos ante un impuesto proporcional. Sin embargo es bien sabido que las personas de rentas más bajas tienden a consumir una proporción de su renta mayor mientras que las rentas altas destinan una mayor proporción al ahorro (con la renta disponible solo se pueden hacer dos cosas: consumirla o ahorrarla). Así pues si una persona de renta baja consume un 90% de su renta paga un 9% de IVA mientras que si se trata de una persona de renta más alta que consume un 70% sólo el 7% de su renta se dedicará a satisfacer el IVA.


Relajemos ahora el supuesto de un único tipo de IVA. De hecho tenemos varios tipos: algunas actividades como la educación van a tipo 0%, bienes "de primera necesidad" van a un tipo superreducido del 4% y luego tenemos un tipo reducido del 10% y otro general del 21%. La introducción de diferentes tipos pretende en principio corregir la regresividad del impuesto haciendo que recaiga un tipo mayor sobre aquellos productos que entran en una mayor proporción en las cestas de bienes de las rentas más altas. Hay también grupos de presión (empresarios y productores) que tratan de utilizar el tipo de IVA como un instrumento para favorecer a determinadas industrias sin atender a si el bien en cuestión es consumido principalmente por rentas altas medias o bajas. Véase por ejemplo la bronca con el IVA de los espectáculos culturales que son un producto consumido en mayor proporción por gente de rentas más altas. (¿A que ahora vemos el tema del "IVA cultural" de otra manera?).


Los tipos de IVA distintos intentan pues corregir el sesgo regresivo del impuesto pero hay que darse cuenta de que no discriminan realmente por renta sino que tienen más que ver con los patrones de consumo y en definitiva los gustos o las preferencias. El jamón de cinco "jotas" o el caviar son alimentos y van al 10% y los pañales van al 21%....


Pero has dicho que los impuestos deben ser progresivos y a la vez que el IVA mejor dejarlo así ¿Cómo se come eso?


Sí; opino que el sistema fiscal debe ser progresivo en su conjunto. Así por ejemplo lo recoge el informe Mirrlees  "Tax by Design" que se puede encontrar aquí  . El informe es un estudio realizado por un grupo de expertos para el Reino Unido donde se describe gran parte de lo que sabemos hasta la fecha sobre cómo establecer un sistema impositivo óptimo ("obtener del ganso el mayor número de plumas con el menor número de graznidos") si se pudiera hacer desde cero. El informe es una lectura interesante además para conocer los efectos deseados e indeseados de cada forma de tributación. Que el sistema fiscal sea progresivo para alcanzar los objetivos de redistribución deseados se puede conseguir diseñando bien el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas y dejando un IVA lo más neutral posible.


Establecer un sistema de IVA progresivo tiene más inconvenientes que ventajas. Antes he señalado que al no establecerse directamente sobre la renta sino sobre las pautas de consumo penaliza o beneficia a determinadas personas dependiendo de algo tan arbitrario como sus preferencias personales. Pero eso no es lo peor. El problema es que cada vez que discriminamos productos colocándoles tipos de IVA distintos estamos distorsionando el sistema de precios y enviando señales erróneas al sistema productivo. No olvidemos que el principal problema que resuelve el sistema económico es el de qué producir. Pongamos un ejemplo sencillo para que se entienda lo que quiero decir:


Supongamos que mi amigo Ambrosio es recolector de setas. Todas las mañanas se levanta y se va al monte, coge una cesta de setas del tipo que sea y vuelve a mediodía al mercado donde las vende. Supongamos que hay dos tipos de setas las rojas y las amarillas que se encuentran en lugares distintos, de modo que por la mañana ha de decidir si va a coger setas rojas o amarillas. Supongamos que ambos tipos de setas son igual de fáciles de encontrar. Supongamos ahora que el precio de las setas amarillas es más alto: Ambrosio se levantará por la mañana y con el mismo esfuerzo traerá setas amarillas ya que son las que recompensan mejor su trabajo. El hecho de que las setas amarillas sean más caras cuando cuesta lo mismo producirlas nos permite deducir que a la gente le gustan más. Pagando un precio más alto por ellas estimulan a los buscadores de setas a buscar las amarillas y a dejar las rojas. Imaginemos que decidimos poner un impuesto (IVA) a las setas amarillas, que no lo olvidemos, son un producto más caro que las rojas. El precio de las setas amarillas subirá (haciendo que menos gente las demande) al mismo tiempo que el precio percibido por ellas por parte de Ambrosio bajará (para una explicación de este fenómeno ver mi entrada aquí ). La situación final es que hay gente comiendo setas rojas en lugar de amarillas que les gustan más y que a su coste de producción podrían permitirse. Este fenómeno llevado a la escala de toda la economía implica unas enormes pérdidas de eficiencia y bienestar: se produce lo que sale barato fiscalmente y no los que los consumidores querrían dado su coste real de producción.


Conclusión


El IVA es un impuesto a priori regresivo. Es una mala herramienta para la redistribución y su manipulación indiscriminada distorsiona las señales que el sistema de precios envía desde los consumidores a los productores. Tipos distintos de IVA para distintos productos son la herramienta perfecta para que los lobbies de productores intenten favorecer sus productos. Para garantizar la progresividad del sistema fiscal en su conjunto y alcanzar los objetivos redistributivos que en cada momento se fijen es mejor utilizar el IRPF; es mucho más justo y eficiente.

jueves, 4 de junio de 2015

Un argumento económico a favor de la obligatoriedad de la vacunación


Uno de los problemas clásicos estudiados por la Microeconomía es el de los bienes públicos. El concepto de bien público que manejamos los economistas es un poco distinto de lo que habitualmente se entiende por él. Un bien público es un bien que tiene dos características:

- no es excluible, esto es, no se puede impedir su uso a una persona y

- no es rival: su consumo por parte de un individuo no reduce la cantidad de la que los demás pueden disponer.



El ejemplo de libro de bien público es el del faro para guiar a los barcos: no podemos evitar que un barco en concreto pueda verlo y en consecuencia utilizarlo (no es excluible) y el hecho de que un barco esté haciendo uso del faro no excluye que otros puedan usarlo simultáneamente (no es rival).



Hay algunos bienes como la educación que no son propiamente un bien público (es excluible y en cierta medida es rival) pero se analiza como tal puesto que la mayor parte de países han tomado la decisión política de tratarla como tal y financiarla con dinero público.



Pero volvamos a los bienes públicos puros… estos bienes presentan un problema de cara a proveer una cantidad óptima del mismo. Veámoslo con un ejemplo:



Supongamos que mi calle es muy oscura y a todos los vecinos nos gustaría que hubiese una farola para iluminarla por la noche. Vamos a suponer que las farolas cuestan 1.000€ y somos 100 vecinos. En principio todos estaríamos dispuestos a poner una cantidad, pongamos 20€, para financiarlas. No debería haber problema para recaudar entonces los 1.000€ necesarios. Sin embargo, algún vecino puede pensar que si él no paga “a escote” el resto de vecinos pondrán su parte. El se beneficiará de la farola pero no habrá pagado nada. Mientras sólo sea un vecino el que piensa esto el problema no es muy grave… el resto pondrán un poco más y soportarán al “gorrón”. Sin embargo el número de gorrones puede ser muy superior (“si ese no paga, yo tampoco”) y en ese caso las farolas no se instalarán y todos salen perjudicados. Esta es la esencia del problema de los bienes públicos: el mercado por sí solo no es capaz de asegurar la provisión de una cantidad óptima de los mismos.



Hay diversos mecanismos para asegurar la provisión de bienes públicos (es un tema que no se resuelve en una entrada en un blog, creedme), pero hay uno de ellos bastante común: el sector público (gobierno, ayuntamiento, o asamblea de la comunidad de vecinos) decide la provisión del bien público correspondiente y recauda vía impuestos (o derramas, o cuotas) los recursos necesarios para financiarlo.



Recientemente ha surgido un caso interesante en relación a un bien público que entiendo debemos preservar. Me refiero a la inmunidad frente a la difteria, y por extensión, frente a otras enfermedades.



El problema de la inmunidad tiene dos partes. Por un lado uno puede elegir vacunarse y adquirir una cierta inmunidad individual frente a la enfermedad. Esa inmunidad individual no es un bien público, es un bien privado: es excluyente (la recibe quien se vacuna) y es rival (si una dosis de vacuna me la pongo yo no te la puedes poner tú). No todas las personas tienen la misma respuesta inmune y no todas van a quedar perfectamente inmunizadas pero el hecho de que mucha gente se vacune proporciona un efecto denominado inmunidad de grupo: si mucha gente es inmune el germen causante de la enfermedad se diseminará menos de modo que las personas no vacunadas o aquellos cuya respuesta inmune haya sido baja disfrutan de una inmunidad de grupo: no se infectarán porque la enfermedad no circula.



Las vacunas tienen un pequeño coste: la molestia del pinchazo, tal vez un poco de fiebre en algunos casos, pero su efectividad está más que demostrada y sus efectos secundarios son muy leves. El consenso científico sobre este extremo es abrumador. Sin embargo hay gente que decide no vacunar a sus hijos. Mientras estas personas sean pocas no son más que gorrones de la inmunidad de grupo, como el vecino que no quería pagar la farola. El problema es que la proporción es creciente y el bien público que debemos preservar, la inmunidad de grupo, puede correr peligro. De la misma manera que pagar impuestos no es voluntario, excepto que uno decida mudarse a otro país, la decisión de vacunarse tampoco debería serlo. Sería preferible que todo el mundo actuase de forma responsable de forma voluntaria, pero si el caso no se da, creo que el Estado debe imponer la obligatoriedad de la vacunación por el bien de todos.

lunes, 20 de abril de 2015

"Ideología con ecuaciones"



"La Economía no es una ciencia; es ideología con ecuaciones". Esa es la frase que dicen que soltó (yo no lo vi) el ministro griego Varoufakis en una entrevista en televisión recientemente. Vi en mi Twitter que la frase provocaba alborozo y regocijo en algunas de las personas a las que sigo y en muchas otras cuyas reacciones fueron retuiteadas.

Como bien saben quienes conocen mi opinión sobre el tema no me gustan las discusiones bizantinas y la de si algo es una ciencia o no lo es acaba siéndolo: todo depende de la definición de ciencia que cada cual da amoldándola a sus preferencias para que incluya o no a su disciplina favorita. Como digo, la discusión no me preocupa. Lo que sí me preocupa es que se pueda avanzar en determinadas áreas de conocimiento con rigor, disciplina, con metodologías generalmente aceptadas y con exposición a la contrastación empírica de las afirmaciones. Desde ese punto de vista poco me importa si se considera o no una ciencia a la Economía: me preocupa que encontremos respuestas válidas a problemas interesantes. Y sea o no sea una ciencia eso no quiere decir que cualquier afirmación o propuesta de cualquier orientación ideológica sea sólida o soporte el más mínimo envite: se dicen muchísimas chorradas a derecha e izquierda amparadas por una supuesta pureza ideológica.

Pasemos a la segunda parte de la frase: "ideología con ecuaciones". Vamos a darla por buena por un momento (aunque creo que es una boutade) como dicen los anglosajones for the sake of the argument. Supongamos que una ideología (conjunto de creencias, preferencias, ideas y explicaciones sobre el funcionamiento del mundo) puede ser expresada de forma matemática: "con ecuaciones". Lo primero que me viene a la cabeza es que por lo menos dicha ideología ha de ser capaz de soportar la coherencia lógica interna que un conjunto de ecuaciones matemáticas impone. En principio yo diria que es un punto a favor. Pero hay algo más: si somos capaces de expresar de forma matemática un conjunto de ideas no sólo contrastamos su coherencia lógica sino que también abrimos la puerta a algo mucho más interesante: a la cuantificación y contrastación empírica de dicho conjunto de ideas. De modo que si somos capaces de contrastar empíricamente la robustez de unos postulados cuantificables... ¿podemos seguir diciendo que eso es una "ideología"?. Tal vez sí, pero una ideología con unos argumentos de verosimilitud muy superiores a otras ideologías cuyo único argumento es la mala retórica opuesta a los datos, a la empiria, a la contrastación. Las movimientos de los astros celestes pudieron ser tema de debate ideológico en el pasado. Una vez que se postulan las leyes que explican su movimiento y dichas leyes se contrastan mediante la observación dejamos de hablar de ideología para hablar, sí... la palabra maldita... para hablar de ciencia.