martes, 27 de noviembre de 2012

viernes, 23 de noviembre de 2012

¿Importa algo el nivel de deuda pública?

Hace ya unos años que formamos parte del "euro", de la Unión Económica y Monetaria. El diseño del euro requirió una serie de fases durante las cuales los países que aspiraban a formar parte de él (y algunos que se añadieron posteriormente) se comprometían a hacer converger sus economías hacia unos determinados objetivos. Es como si te dicen que para subir a un tren en marcha primero tienes que acercarte los suficiente al vagón y ajustar tu velocidad a la del tren. Hasta ahí, nada raro.

Una vez dentro del euro todos los estados miembros se comprometen a mantener un nivel de deuda pública por debajo del 60% del PIB y un límite para el déficit público del 3%. La idea es tratar de lograr que la UEM funcione de forma armónica. En román paladino, ya que vamos a pagar a escote debemos asegurarnos de que todo el mundo pide cosas del menú, y no de la carta. De hecho existe un procedimiento de déficit excesivo que debe velar por la observancia de la norma y que prevé incluso la imposición de sanciones financieras a los países que lo incumplan. España incumple. Lo mismo que casi todos los demás países de la Unión. Pero... ¿importa algo?. ¿No son esos parámetros meras cifras que "no salen de ninguna ecuación"? Vamos a tratar de arrojar algo de luz sobre el asunto:

Una de las consecuencias de la actual crisis ha sido el crecimiento espectacular de la deuda pública española como puede verse en el siguiente gráfico:

El nivel del 60% del PIB se alcanzó a tiempo (1999) y continuó descendiendo durante el resto de la legislatura de Aznar y la primera de Zapatero, hasta que nos metimos en esta "desaceleración transitoria ahora más intensa". Y estamos más que sobrepasados.

Pero más allá de los compromisos internacionales ¿tiene la más mínima importancia el nivel absoluto de deuda pública?. La siguiente expresión relaciona algunas de las principales magnitudes (esto es un guiño para alguien que me dijo que "no hay ninguna fórmula"):

Donde bt es el porcentaje de la deuda pública respecto al PIB en el momento t. dt es el déficit primario, esto es, el déficit una vez descontados los intereses de la deuda. En el quebrado, el numerador (1 + it) representa el pago de intereses de la deuda en el período t, pero hay que dividirlo por lo que crece el PIB durante ese mismo período y que viene representado en el denominador. El primer paréntesis recoge la subida de precios (π = deflactor del PIB) y el segundo el crecimiento real (G). (El producto de los dos da el crecimiento nominal del PIB). El último término εt es un término para corregir efectos de imputaciones temporales, vencimientos, etc. (Por ejemplo, el gobierno puede emitir deuda el 28 de diciembre para hacer frente a gastos que computen en el déficit de enero).

Si introducimos la ecuación anterior en una hoja de cálculo y damos valores a los parámetros cercanos a los que se esperaban en aquel momento veremos como ese nivel de déficit y deuda son estables a largo plazo. Si el objetivo de inflación del BCE es del 2%, el crecimiento real del PIB se podía calcular en el entorno de otro 2% y el tipo de interés de la deuda en torno al 4% es fácil ver que se podía sostener un déficit permanente del 3% sin que la deuda excediera el 60%.

Vale. Niveles del 60% de deuda y del 3% de déficit son compatibles con una cierta estabilidad, pero también pueden serlo otros.

¿Hay algo más en relación al nivel del 60%?

Pues parece que sí. Traigo aquí dos referencias recientes. La primera de ellas aparece en el último informe del Fondo Monetario Intenacional que se puede encontrar aquí. En la página 108 aparece el siguiente gráfico:

La gráfica muestra el crecimiento relativo de un país en relación a los de su entorno dependiendo de su nivel de deuda pública respecto al PIB. (En realidad no es tan sencillo ya que cogen el crecimiento de los 15 años posteriores a que el país alcance cada nivel de deuda). La linea azul representa episodios de países cuya deuda crecía al alcanzar cada nivel de deuda y la roja los que alcanzaban ese nivel en una tendencia decreciente.

Los datos parecen mostrar que niveles reducidos de deuda (por debajo del 40%) están asociados con mayores tasas de crecimiento. Hay también niveles de deuda elevados con tasas de crecimiento elevadas en países cuyo nivel de deuda (alto, en torno al 100%) estaba descendiendo. En todo caso, el crecimiento es más alto en países con niveles de deuda decrecientes y parece claro que a partir de un determinado nivel de deuda (entre el 50 y 60%) éste supone un lastre económico importante.

Los datos del FMI se refieren a multitud de países y son episodios de un amplísimo período de tiempo. ¿Son así las cosas también en la Eurozona y en el siglo XXI?. Una respuesta puede hallarse en el working paper del Banco Central Europeo "DEBT AND GROWTH NEW EVIDENCE FOR THE EURO AREA" y que puede descargarse aquí. Lamentablemente este artículo no tiene ningún bonito gráfico que insertar y es un poco aburrido pero puedo resumir las conclusiones:


  1. Por debajo de un 67% (con un intervalo entre 63 y 69 al 90% de confianza) la deuda pública tiene un impacto positivo en el crecimiento a corto plazo.
  2. Por encima del 95% (entre 80 y 100) el impacto de la deuda pública es negativo sobre el crecimiento
  3. El impacto positivo del estímulo fiscal decrece rápidamente en la medida que el nivel se acerca al 67% pudiendo llegar a ser negativo.
  4. La evidencia presentada parece indicar que estímulos fiscales (keynesianos) serían efectivos para niveles bajos de deuda pública e inútiles a partir de niveles en los que nos encontramos. 
Resumiendo: estamos sobrepasados. Seguir así no nos lleva a ningún lado e impide o dificulta las hipotéticas medidas de estímulo. Hay que reducir el porcentaje de deuda pública de nuevo a niveles aceptables como sea.

domingo, 18 de noviembre de 2012

El termostato de Friedman

Es una pena, pero es muy difícil hacer experimentos en Economía. Es cierto que hay un enfoque de laboratorio en lo que se ha venido en llamar behavioral economics o Economía Conductual, pero su alcance es muy limitado circunscribiéndose sobre todo a cuestiones que tienen más que ver con la Psicología que con la Economía.

También hay un enfoque experimental en la evaluación de actuaciones de lucha contra la pobreza que merece la pena conocer.  Sin embargo, lo normal es que para contrastar hipótesis los economistas tengamos que esperar a que el experimento ocurra fortuitamente y confiar en que los datos que se puedan recoger arrojen suficiente información.

Pero hay un tipo de problemas en Economía que son muy difíciles de abordar incluso cuando disponemos de todos los datos relevantes. En concreto me refiero a un problema tan importante como el de la evaluación de la efectividad de las políticas monetarias y fiscales. ¿Podemos saber, con datos en la mano, si de verdad la política monetaria o la política fiscal (la política económica del gobierno) sirven para algo?.

El primero que creo que señaló el problema fue el genial Milton Friedman. La idea es la siguiente: supongamos que tenemos un panel donde podemos observar la temperatura que hace en la calle, la temperatura que hace dentro de casa y el consumo de gas de la caldera de calefacción. Supongamos que el consumo de gas lo controla un termostato que hace muy bien su trabajo manteniendo la temperatura de la casa estable. En nuestro panel veremos que el consumo de gas sube y baja sin ninguna relación con la temperatura interior. También veremos que la temperatura exterior sube y baja sin relación con la temperatura interior. Un estadístico podría rechazar que exista ninguna relación entre el consumo de gas o la temperatura exterior con la temperatura interna de la casa. De la misma manera, una mera relación estadística nos diría que el consumo de gas y la temperatura exterior de la casa están correlacionadas: cuanto más gas consumimos más baja la temperatura exterior, y viceversa.

La evaluación de las políticas económicas medida como la correlación entre los instrumentos a disposición del gobierno (el consumo de gas de la caldera) con los objetivos de la política (mantener una temperatura interior confortable y estable) será nula: aparentemente no tendrán nada que ver.

Otra metáfora sobre el termostato de Friedman puede leerse en el siguiente post de Nick Rowe, una parte del cual traduzco a continuación:
Todo el mundo sabe que si aprietas el acelerador el coche va más rápido, si todo lo demás permanece igual, ¿cierto?. Y todo el mundo sabe que si un coche va cuesta arriba el coche irá más despacio, si todo lo demás permanece igual, ¿cierto?.

Imagina ahora que eres alguien que no sabe esas dos cosas. Y que eres un pasajero en ese coche observando al conductor tratando de mantener una velocidad constante sobre una carretera con numerosos cambios de rasante. Verías el acelerador subir y bajar. Verías al coche ir cuesta arriba y cuesta abajo. Pero si el conductor es habilidoso, y el coche es lo suficientemente potente, verías que la velocidad es constante. De modo que si estuvieras observando este particular "proceso generador de datos", podrías llegar a la siguiente conclusión: "¡Mira! La posición del acelerador no tiene nada que ver con la velocidad del coche" o también: "¡Mira! El hecho de que el coche vaya cuesta arriba o cuesta abajo no tiene ningún efecto en la velocidad"; o todavía peor: "¡Eh tíos! Los que pensáis que el acelerador o las pendientes afectan a la velocidad estáis equivocados!"...
 [...]
Si el conductor está haciendo bien su trabajo ajustando adecuadamente la presión sobre el acelerador a la pendiente de la carretera, deberías encontrar una correlación nula entre el acelerador y la velocidad. Cualquier fluctuación en la velocidad debería estar incorrelada con cualquier cosa que el conductor pueda ver. Son los errores de predicción del conductor, porque no puede ver llegar ráfagas de viento. Y si encuentras una correlación entre el acelerador y la velocidad ésta podría ser de cualquier signo. Un conductor que sobreestime la potencia de su motor, o que infraestime los efectos de las pendientes, creará una correlación entre el acelerador y la velocidad con el signo "erróneo". Apretará el acelador al subir una pendiente pero no lo suficiente de modo que la velocidad caerá.


¿Y cómo resolvemos el problema?. Existen varios enfoques:

El primero consistiría en observar con especial atención las situaciones extremas. En el ejemplo del coche observar qué ocurre en situaciones con una cuesta muy pronunciada y con el pedal a tope. O en el caso de la caldera qué ocurre cuando la temperatura exterior es de menos 20 grados y la caldera no puede consumir más gas.

El segundo enfoque consistiría en evaluar si el cambio manifiesto de objetivo (cambiar la velocidad de crucero del coche, la temperatura de la casa o el objetivo de inflación) se alcanza mediante cambios en los instrumentos (pedal, gas, alterar la cantidad de dinero en circulación) de la forma prevista.

El tercer enfoque consistiría en localizar un conductor idiota. Un conductor que pisara el acelerador siguiendo el ritmo de la radio. O un gobernante incompetente o con los objetivos puestos en otra cosa (¿reelección?). Si encontrásemos casos así podríamos encontrar esa relación. Como dice el refrán no hay mal que por bien no venga.

viernes, 16 de noviembre de 2012

¿El fondo del pozo?

La siguiente gráfica muestra la población ocupada en España desde su máximo histórico (tercer trimestre de 2007) hasta el último dato publicado (fuente INE):


La gráfica es desoladora, si bien si nos fijamos en lo que llevamos de 2012 (los últimos  trimestres) parece apreciarse una ralentización del desplome. ¿Es así?

En la misma fuente podemos encontrar también los datos de ocupados en el sector privado:


El número de ocupados en el sector privado en el primer trimestre era de 14.329.000 personas mientras que en el tercero eran 14.328.000 (prácticamente las mismas). Dicho de otra manera, el sector privado está generando empleo al mismo tiempo que lo destruye: no va para arriba, pero tampoco para abajo.

Otro panorama bien distinto lo presenta el empleo en el sector público:

Si nos fijamos en la gráfica, pasamos del entorno de los 2.900.000 empleados públicos a más de 3.200.000 mientras el resto de la economía se desmoronaba. Carezco de datos sobre la cantidad y calidad de servicios públicos ofrecidos a mediados de 2011 y si estos eran mejores o peores que los que se ofrecían en 2006 o 2007. Mi impresión (y esto es una valoración subjetiva y anecdótica) es que en todo caso, en 2011 estábamos peor que 2007 pese a que las plantillas de las administraciones públicas eran un 10% más altas.

En definitiva, en este momento hay 100.000 personas menos trabajando que a comienzo de año y el 100% de dicha caída se ha dado en el sector público. Viendo las series históricas no sería de extrañar que el empleo público vuelva a caer durante el año siguiente en otras 100.000 personas hasta volver a situarse en el tamaño que tenía durante los años previos a la crisis (¡y previos a los recortes!).

En resumen, como diría Serrat:

Bienaventurados los que están en el fondo del pozo
porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

¡Que paguen los ricos!

¿Cuántas veces hemos escuchado la frase que da título a esta entrada para hacer cuadrar la imposible aritmética de nuestras cuentas públicas?. Pero... unos impuestos más altos sobre los más ricos ¿resolverían los problemas de Hacienda?.

En el siguiente gráfico (de elaboración propia a partir de datos de la Agencia Tributaria de 2010, último año publicado) podemos ver cómo era la situación del IRPF por tramos de rendimiento.


La línea negra representa el número de declaraciones por cada tramo. El total de la altura de la columna es la suma de las bases imponibles de todas esas declaraciones por tramo de renta y la parte roja representa la proporción pagada a Hacienda (cuota íntegra del impuesto).

Se pueden hacer muchas cuentas, operaciones y simulaciones pero es sólo la parte azul de la columna la que podría ser "capturada" adicionalmente por el recaudador.

Los tipos impositivos medios sobre la base imponible (que no sobre la liquidable, que incluye deducciones, etc. ) son los siguientes:
Sorprendentemente, el tipo medio pagado por los muy ricos (ingresos totales de más de 601.000 €) es inferior al tipo aplicado al tramo anterior (los que ganan entre 150 y 600.000 €). Esto no ocurre en años anteriores y es debido a la proporción entre rentas de tipo general (con tipos más altos) y rentas del ahorro (con tipo más bajo). El tipo medio es de aproximadamente un 16,83% y la base imponible media es de 20.249 €.

Un ejercicio mental...

Vamos a suponer que el legislador es capaz de redistribuir perfectamente la renta entre todos los ciudadanos (sin alterar su nivel agregado lo cual es ciencia ficción). Vamos a suponer que cada uno de los aproximadamente 19 millones de declarantes percibe 20.249 € anuales. El tipo medio que hoy pagaría un ciudano a ese nivel de renta (interpolando datos) sería de un 12.41 %, de modo que si todos los ciudadanos fuesen iguales habría que subir los tipos impositivos 4,4 puntos pordentuales (¡un 30%!) para recaudar lo mismo. Dicho de otra manera: cuanto más igualitaria es la distribución de la renta antes de impuestos tanto más habrá que subir el tipo impositivo del ciudadano medio para obtener la misma recaudación.

Atención, pregunta: ¿Qué incentivos tiene ningún político, del partido que sea, para mejorar la distribución de la renta antes de impuestos? ¡Ninguna!. Es mucho más bonito y políticamente más comercial y demagógico jugar a Robin Hood.


En resumen: si queremos que los más ricos paguen las facturas... ¡hay que asegurarse de que haya ricos! ¿Demencial?